Cuerpxs

Esta vez no tuve más remedio que abrir el frasco de mi corazón. ¿Y sabés qué? No había caso. Intenté con las dos manos, con un repasador seco, con una rejilla mojada. Tuve que meter incluso un cuchillo de costado para levantarle la tapa a ver si con eso… Y nada. ¿Entendés? Ni cuando más lo necesitás podés contar con él. Y después te piden que confíes, que lo escuches, que él sabe, que nunca se equivoca… Esos porque andan con el corazón destapado por la vida, como si no les importara que se les meta algún bicho y se les eche a perder. Yo no sé si ya tienen el corazón podrido y no se dan cuenta. O si el problema soy yo de nuevo, que no me gusta andar al descubierto, vaya uno a saber. Pero esta vez realmente lo necesito. Así que le doy un breve descanso a mis brazos y vuelvo ensañado a abrirme a como dé lugar. Aprieto los dientes y todo. De a poco, después de varios intentos, siento que la tapa empieza a ceder y aprovecho el envión para girarla del todo antes que se atasque otra vez. Una vez abierto… lo primero que hice fue olerlo. Lo que se dice mal… no estaba… Y como no quería llegar tarde a esos planes de los que todavía no le dije a nadie, me apresuré a terminar con el asunto. Agarré una cucharita de té y rasqué del frasco lo poquito que quedaba, menos de una tostada diría yo. Lo junté lo mejor que pude y, sin pensarlo dos veces, me lo empecé a untar por toda la cara. Por suerte no era tanto, sino me daría más vergüenza de la que ya me está dando. Hoy, ahora. Con ustedes. Esta noche. En este preciso momento.

Tanto tiempo

Una vez estuve listo, salí a caminar. A enfrentar el mundo sin importar que nadie me esperara en él. Di todas las vueltas que me hicieron falta, pero sin mirar a nadie a los ojos. Hay que tener cuidado con eso. Puede uno entrar en el mundo del otro, así de imprevisto, sin poder hacer nada al respecto. Sin retorno tal vez. Y yo no estoy para correr esos riesgos. Así que me concentré solamente en mí todo lo que pude. Caminé y caminé como una burbuja entre tanta gente. Protegido por los restos de mi corazón embadurnados en la piel, pero sin que nadie lo notara. Y me salió bastante bien durante largo rato. Hasta que me encontré con aquel pobre hombre que no miraba para ningún lado. Entonces me frené y no pude evitar verlo a los ojos. Parecía haber perdido algo que de igual manera que no estaba buscando. Tardó, yo diría, unos cuantos minutos en darse cuenta que lo estaba mirando. Al principio me sostuvo la mirada, imagino yo, esperando que lo salude. Que sea yo un vecino, un viejo compañero de primaria, o algo por el estilo. Cuando se dió cuenta de que nada de eso iba a suceder empezó a esquivarme la mirada, incómodo. Pero yo ya no podía salir. Quedé atrapado en su cabeza, a la espera de que me suelte de una vez. Él me retenía insistentemente aunque no lo deseara, evitando mirarme de frente y todo. El sol empezó a pegarnos fuerte. Y así y todo seguimos, largo rato en la calle en una especie de duelo western medio patético, al revés del convencional incluso, donde nosotros hacíamos lo imposible por sacarnos la vista de encima. Debió ser por eso que, después de tanto tiempo, la gente empezó a caminar por el lado de enfrente.

Pobre gorrión

Volviendo un poco, encarando ya la retirada, empecé a sentirme cada vez más cansado. Ya no me quedaban restos de corazón en la cara y me tocaba guardarme hasta llenar el frasco de nuevo si quería volver a salir a este mundo tan desgastante. A partir de un momento empecé a caminar por calles cada vez menos asfaltadas, zigzagueantes. Por suerte no estaba yendo a ningún lado, sino ya estaría perdido. La gente acá se conocía. ¿Sabés? No se esquivaban la mirada ni se llevaban puestos. Se cruzaban de calle y se preguntaban cómo estás. Una señora en una ventana espera que su hijo colectivero pase en su recorrido de siempre para saludarlo unos segundos. Hay perros sin dueño, sueltos en la calle que te acompañan todo el tiempo que piensen que tenés comida para darles. Por encima, un gorrioncito me sigue todo el trayecto de paredones que desemboca en un potrero. A mis espaldas oscurece mientras sigo al sol en el horizonte. A medida que avanzo siento que mis pies se hunden cada vez más y más en el suelo. Primero fueron los tobillos, luego las rodillas. Las sirenas rompen de a ratos el silencio y pintan todo de rojo. Entonces el aire se tensa. En las paredes hay pintadas reclamando por pibes que ya no están y que son extrañados. ¿Me extrañará alguien a mí? Me pregunto mientras mi cuerpo se termina de hundir del todo en el pasto de la canchita. ¿Pintará alguien una pared por mi ausencia, ahora que ya no estoy? Pero la soledad me duró poco porque el gorrión de un momento a otro dejó de revolotear y cayó en picada justo encima de mí. Le asestaron dos tiros de todos los que le dedicaron esos dos, que a alguien andaban buscando. Empecé a sentir cómo su cuerpo se enfriaba mientras ellos deliberaban qué iban a hacer con el cadáver. Apagaron la sirena para no hacer bulla, pero de pronto todas las luces de las casas se fueron prendiendo alrededor de la canchita para verles claramente la cara a los dos uniformados que habían matado al único pájaro del barrio.

Fondo

A todo esto, yo seguía bajo tierra. Porque una vez que empecé a hundirme, no paré más. No había nada de qué agarrarse, el vacío era absoluto, solo caída. En un momento sentí que empezaba a desarmarme, a desintegrarme del todo en medio de la oscuridad. O eso pienso porque no se ve nada. Y se siente aún menos de lo que se ve. Pero escuchar se escucha todo. Arriba hay un griterío bárbaro. Y una parte de mí quiere estar ahí, levantando mi voz junto a los demás. Pero otra parte quiere solamente el silencio. Y no lo encuentro. Hunda lo que me hunda, me desintegre lo que me desintegre, no logro desaparecer. Y eso que ya no estoy. Allá no estoy para nadie. Y acá cada vez queda menos de mí. Me queda menos. Casi nada. Sigo cayendo estrepitosamente, cada vez más rápido. Me da miedo el impacto. Como el que debió temer también aquel pobre gorrión después de los disparos. Pero una vez que me desarmé por completo, cuando no supe ya dónde estaban mis partes, pasé a ser la nada entre la nada. Entonces no hubo más caída. No había ya nada qué caiga, ni hacia dónde. ¿Llegué a algún lado? Me encantaría, de verdad, (mirando a Martín) poder decirte qué hay en el fondo, ya que estoy acá. Pero la verdad es que no lo sé. Nadie parece saberlo. Y eso que estamos todos. ¿O no? Yo siento que los traje. (Mirando al público) ¿O dónde están ustedes ahora? ¿Están conmigo? ¿Están acá? No los veo. ¿Están cayendo todavía? ¿O ya impactaron? ¿Se desintegraron ustedes también? ¿Dolió? ¿Están mejor al menos? Yo estoy un poco mejor. ¿Ustedes están mejor? (A Martín y Orne) Entonces, mejor, cortemos acá. Porque estar bien es solo por un momento. Y no va a faltar oportunidad para que todo vuelva a echarse a perder. Pero para cuando suceda, agarren eso que tienen en el corazón. Abran esos frasquitos y les juro que van a encontrar cosas nuevas ahí a partir de esta noche. Cosas que les fuimos juntando para ustedes. Si no me creen, ábranlos. Pero no todavía. No que todavía falta. Van a saber cuando sea momento. Y nosotrxs vamos a estar ahí también, para alcanzarles un repasador si hace falta.